La idea de alienación ha jugado un papel decisivo tanto en las escuelas de orientación marxista como en las escuelas existencialistas, de la primera mitad del siglo que acaba. Sin embargo, desde la perspectiva del materialismo filosófico, es preciso reconocer que la idea de alienación tiene un formato claramente metafísico de estirpe teológica. La idea de alienación, en efecto, procede del cristianismo agustiniano, y de su interpretación del mito de la caída, consecutiva al pecado original; caída que implicaba la enajenación del paraíso y la «conversión» hacia el mundo, a costa de salir fuera de sí, de la propia vida espiritual que el «estado de gracia» deparaba al hombre en su relación con Dios. En el estado de gracia los primeros padres estaban, según San Agustín, «ensimismados» (en un «sí mismo» que, paradójicamente, consistía en estar lleno de Dios). Por el pecado, los primeros padres salen de ese sí mismo divino y, alienándose al salir fuera de sí mismos, entran en el mundo histórico y real. En realidad el mito del pecado original es paralelo al esquema metafísico neoplatónico que nos presenta un ser originario, que saliendo fuera de sí mismo (alienándose en el mundo), el pro-odos, termina volviendo de nuevo a sí mismo después de recorrer su curso temporal (epistrofé, de Proclo). Este esquema neoplatónico de la posición / alienación / retorno preside la mayor parte de las concepciones teológicas medievales y renacentistas (citemos a Fray Luis de León, por ejemplo), y a través del sistema de Hegel (el ser en sí, el ser fuera de sí y ser para sí) pasa, de algún modo, a los fundamentos del marxismo tradicional y, posteriormente, al existencialismo de los años 30 y 40. En el materialismo histórico, la idea de una comunidad primitiva vendría a desempeñar las funciones de la posición del ser humano en el «estado de gracia», anteriormente a su caída; porque la alienación estará representada ahora por la división o escisión de esa comunidad primitiva en clases antagónicas consecutivas a la aparición de la propiedad privada y del Estado; y el retorno, por la vuelta a la unidad o reconciliación del género humano, que reexpondrá, en una escala superior, el modelo embrionario de humanidad expresado por la comunidad primitiva. Esta «concepción de la historia», desde el punto de vista del materialismo filosófico, no es otra cosa sino un caso particular de los mitos neoplatónicos secularizados y su estructura metafísica no tiene nada que ver con los datos de la Antropología o de la Historia (entre otras cosas porque el «estado final», sin el cual no se puede cerrar el curso, no es un concepto histórico: la Historia se refiere al Pasado y no al Futuro).

El único concepto positivo de alienación que cabe admitir es el concepto psiquiátrico; pero este concepto no tiene que ver directamente con las cuestiones políticas, aun cuando contamina notablemente multitud de ideas políticas sobre la naturaleza de ese hombre cuya estructura histórica quiere hacerse equivalente a la estructura de una alienación.

Cuando no se dispone (como se dispone en el campo psiquiátrico) de términos positivos de comparación, tanto a parte ante como a parte post, no cabe hablar de alienación, puesto que los términos de comparación utilizados son puras peticiones de principio. Desde una perspectiva materialista filosófica la realidad histórica del hombre es la misma realidad humana y no una realidad alienada respecto a no se sabe qué míticos orígenes auténticos y a que utópicos términos finales. Las principales críticas a ese humanismo que se define por la cancelación de la enajenación se derivan principalmente de la condición metafísica de este concepto de alienación. Otro tanto se diga de las ideas, muy celebradas en la postguerra, acerca de ese hombre total, de ese hombre politécnico, que sólo poseyendo la totalidad de las cualidades humanas podría considerarse «desalienado» de la falta de posesión de cualquiera de ellas.

El materialismo filosófico ofrece una idea que puede desempeñar en muchos casos las funciones que juega la idea del hombre alienado: es la idea del individuo flotante. Porque el individuo flotante no es una figura pensada a partir de una situación metafísica de alienación, sino a partir de las circunstancias positivas que moldean la conformación de todo individuo personal, y que son circunstancias históricas y sociales. El individuo flotante, por esta razón, aparece en las sociedades políticas que han alcanzado un determinado nivel crítico cuanto a su volumen y heterogeneidad. El individuo flotante, sin embargo, no es el resultado formal de la aglomeración ni del descenso del nivel de vida (las dificultades del individuo que busca trabajo no producen normalmente la despersonalización sino que, por el contrario, pueden constituir, dentro de ciertos límites, un campo favorable para imprimir un sentido personal a la vida de ese individuo). Las individualidades flotantes, en el seno de la gran cosmópolis, resultarían no precisamente de situaciones de penuria económica, ni tampoco de anarquía política o social (anomia) propia de las épocas revolucionarias, sino de situaciones en las cuales desfallece, en una proporción significativa, la conexión entre los fines de muchos individuos y los planes o programas colectivos, acaso precisamente por ser estos programas excesivamente ambiciosos o lejanos para muchos individuos a quienes no les afecta que «el romano rija a los pueblos para imponer la justicia». (La idea de «individuo flotante» está desarrollada en Gustavo Bueno, «Psicoanalistas y epicúreos. Ensayo de introducción del concepto antropológico de heterías soteriológicas», en El Basilisco, primera época, nº 13, 1981, págs. 12-39.)

Reviewed on Jan 26, 2023


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