El salto de los Armored Core clásicos a la nueva generación va tanto de lentitud a velocidad como de peso a ligereza y rigidez a fragilidad. Mucho más enfocado en el movimiento aéreo, los combates se acercan más a Dragon Ball Z que a peleas de robots gigantes. Debo de ser raro en esto, pero prefería el sistema de control antiguo. Siento que se pierde algo, como pasar de pilotar un tosco trasto mecánico a agitar en el aire un juguete de plástico.

He comentado esto otras veces, pero el movimiento del avatar determina cómo percibes tu entorno y te relacionas con él. En el estilo AC clásico, más ligado a tierra y con propulsión limitada, costaba despegar al robot del suelo y daba entidad física a los escenarios (que, y todo hay que decirlo, tampoco eran nada del otro mundo). En AC4 recorres distancias enormes en segundos y sus mapas terminan por convertirse en fondos antes que lugares. Es innegable que estéticamente resultan más evocadores estos robots gigantes frente a vastos desiertos monocromáticos y atardeceres oceánicos que en los estrechos túneles industriales de los anteriores AC, pero lo único que tiene para evocar es el vacío de su absurdo conflicto militar en un mundo donde no hay espacio para los sentimientos humanos.

Sus alusiones a Dios parecen apuntar hacia una búsqueda de significado en un mundo estéril, pero la única respuesta que da el juego es la de la guerra sin sentido, como en todas las entregas anteriores. Esta cuarta entrega numerada (12ª de la saga) no es un paso hacia delante sino un giro en otra dirección para terminar en el mismo punto. Hay a quien le gustará más la nueva ligereza y hay quien preferirá la pesada solidez previa, pero, en cualquier caso, sigo sin encontrar significado a este bucle de capitalismo militar autodestructivo que es Armored Core. Tendré que jugar la siguiente entrega en busca de respuesta.

Reviewed on Dec 15, 2022


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