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my all-time fave is La-Mulana, still change the top 5 from time to time bcs i want variety

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This review contains spoilers

TW: Abuso sexual, autolesión, pedofilia, violencia intrafamiliar.


Se dice que hay historias que están esperándote, escritas para ti, capaces de hablarte a un nivel tan íntimo que parecieran redactadas por aquella persona que más te conoce en el mundo.

Esto, sin embargo, no es real, pero no quita que avive un punto romántico que hace del arte algo tan digno de vivirse. Especialmente si, como en el caso de Slow Damage, se trata de arte sobre el arte.

Lastimosamente, de igual forma a cómo opera Towa con sus sujetos de estudio, esto último que dije no es más que una pequeña mentira. Slow Damage es sobre muchas cosas, pero aunque se trate de la vida de un pintor, no es en lo absoluto sobre la experiencia artística.

El arte para Fuuchi Kabura, siendo ella escritora y directora, parece estar supeditado a la experiencia social. Es un mecanismo de unión y contacto, una conversación entre víctimas. Un último resquicio de pulsiones y pasiones que se concretan en un eterno chorreo de pintura que simula el acto sexual. En la práctica, para Towa, no hay diferencia entre morir rociado por sus pinceles, que hacerlo entre fluidos seminales.

La estructura de rutas de la novela visual se perfiló, casi desde sus orígenes, como una capacidad de elección premeditada ya hacia el usuario. ¿Qué opción romántica buscas? ¿Sobre qué personaje quisieras saber más? Esta última formulación es la que le interesa a Slow Damage, desentendiéndose de las decisiones y premiando el escarbar en las entrañas psicológicas de su protagonista: se trata de obsesionarse con el otro, y avanzar hasta sus heridas.

Será una historia sobre cicatrices, sobre quemaduras, sobre flores que recuerdan a cortadas, sobre querubines y la obsesión con los niños, sobre el amor filial y el amor traumático. Cada capítulo se centra en un sujeto distinto, y es misión de Towa, y por consecuencia de la jugadora, descubrir qué esconde dicho personaje.

Slow Damage baila al ritmo de una historia de detectives, y convierte al sexo en una conversación sobre las parafilias. No utilizamos evidencia, sino que atendemos al aura y las miradas para desnudar al otro, descubrir sus fijaciones y permitirle al animal que reside en cada ser humano tomar control momentáneo sobre su cuerpo. Y, finalmente, culminar aquella relación en una pintura.

El sexo es algo extraño para mí. No es que me importe, y eso corre para ambos lados: no lo busco, pero tampoco me desagrada, al menos no intrínsecamente. Puedo tenerlo si con ello configuro contacto, logro expresar o recibir cariño de la persona con la que lo esté haciendo. En resumen, apenas me interesa. ¿Pero a Towa? A él sí.

Las autolesiones me suponen un posicionamiento extraño. Por un lado, son una oportunidad de inducirme placer, pero no uno que se busque activamente, sino un paliativo que aparece para drenar otra clase de dolores, mucho más íntimos y psíquicos, a los que en principio pareciera que la carne propia no logra procesar. Hoy en día busco evitarlo, pero como experiencia es algo que ha permeado parte de mi identidad, y sigo sufriendo sus consecuencias. Fuera de allí, la mayor parte del tiempo, no es algo en lo que piense, y apenas me interesa. ¿Pero a Towa? A él sí.

La masculinidad es una trampa conceptual que pone en tensión la relación con mi identidad. En varias ocasiones ha sido una fantasía arrojada al aire, algo que nunca nadie podrá capturar, y que encapsula un ideal platónico muy infantil, como lo sería experimentar la vida desde la óptica de un asustado, solitario y profundo artista que está roto por dentro. Sin embargo, ser hombre es una posibilidad que apenas me interesa explorar. ¿Pero a Towa? A él sí le importa.

Las cicatrices son una forma de arte corporal. Marcas estéticas que atestiguan un momento doliente en la vida del individuo. Pero a diferencia de la pieza artística, que eventualmente se independiza transformándose en objeto, la marca corpórea se vuelve social.

Como ya nos enseñó Cindy Sherman, la crueldad humana no necesita representarse, pues se percibe como innata en la experimentación. La performance, para mí la forma más elevada de arte político, es una exhibición constante del cuerpo, una sumisión a la realidad donde a modo de protesta te permites ser vulnerada.

Esto, sin embargo, no es más que la perspectiva interna del corte. Desde el exterior, desde las personas que te adoran, cada parte accidentada de tu físico es una herida por la que alguien se siente responsable. Y duele.

Towa busca el sexo del mismo modo en que busca ser agredido físicamente. Porque el momento de la eyaculación es lo más cercano a la violencia que existe, y la pasividad de quien recibe no es por disfrute, sino porque es la posición perfecta para observar las demostraciones de placer más intensas del resto. Siempre es más rápido y más sencillo dejar que los demás se encarguen de hacer lo que quieren, un espacio donde quien hace el trabajo es quien se exhibe por cómo es. Y aquello aplica tanto a la sexualidad como al arte.

Cada ruta, como cabría esperar, recoge una serie de temas propios. Las hay historias que se enfocan en el arte corporal desde la óptica del tatuaje, visto como una contradicción entre el cuerpo dado (el nexo con el progenitor) y el estilo que uno quiere imprimir en sí mismo. Una latencia interna que observa en las actitudes femeninas una desaprobación no concluida, y cuya resolución parece evidente: encontrar una definición de la masculinidad que permita moldear la expresión propia. Y en un entorno decadente, sucio y dirigido por la yakuza, la masculinidad es algo que solo se obtiene sufriendo. Mutilando el cuerpo en combate.

Más narraciones: el ser cuidador nato, obsesionado con mostrarte como un padre protector que lleve un registro milimétrico de las cicatrices ajenas. El anhelo traumático de la infancia hace evidente acto de presencia, con un pasado olvidado que debe ocultarse a los hijos a toda costa. Una obstinación que no es raro encuentre consuelo en la figura materna, la cual es perfectamente replicable por hombres, que se traduce en la tangente de la presentación (a través de la vestimenta y el maquillaje), que hacen del travestismo una oportunidad para reconectar con los difuntos. Con lo irresuelto.

Towa, sin embargo, es ignorante de dos traumas distintos que han marcado su vida. La tercera ruta se centra en la temprana adultez, época en la que ya perfilaba su futuro como pintor, y por lo mismo, recoge en el lienzo un espacio para pintar heridas y sangre. ¿Pero cuál lienzo? Su propio cuerpo, violentado.

Su ojo perdido procede de un tiempo que no logra decidirse entre la calma y la tensión. La vida callejera, donde todos son enemigos, pero con la alegría aflorando entre hombres que se protegen mutuamente. Al final del día, quienes luchan a mano limpia solo les acaba esperando el mismo final: una vida breve donde cada parte del cuerpo que se pierde se contabiliza como un pequeño precio a pagar, a modo de una deuda siempre acumulándose, mientras intentas mantenerte en torno a la gente que te trae paz.

En la vida real no hay decisiones, solo estilos para interactuar. Es por ello que Towa deambula por las calles recogiendo las tácticas discursivas de otros. Las personas nos influyen, aprendemos de ellas, y podemos aplicar su identidad en nosotras.

De repente, el telón se levanta y se revela un último cuento. El más extenso, el más doloroso. Un daño lento que por más tiempo recorrerá tu cuerpo.

El trauma existe, puede darse en cualquier momento de la vida. Sin embargo, los temores adultos de Towa no son ni remotamente comparables a los infantiles. En el pasado se esconde algo mucho peor, lo podrido que está allí en el cuerpo. Los pequeños gestos inconscientes de uno mismo proceden de un momento anterior, la vida misma de una es un engaño mientras se escapa de la crudeza del mundo.

Todas las demás formas en las que el cuerpo había sido modificado hasta ahora pasan a segundo plano: Slow Damage es, efectivamente, sobre los cortes, las cicatrices y las quemaduras.

Se dice que el mayor momento de empatía que puede vivir alguien es encontrándose con un cuerpo idéntico al propio. La vida habla a través de nuestro físico, y eventualmente toca separar el daño infligido (posesión del agresor) del cuerpo resultante (magullado, agredido, pero en última instancia propio). No somos el evento que nos dejó estas marcas, sino el cómo (y si) decidimos esconderlas.

En Slow Damage hay varios episodios, cada uno dedicado a algún personaje peculiar. Exploramos su psique, sus fisuras, negociamos a través del sexo y la mutilación conjunta, y finalmente pintamos un cuadro. Y sin embargo, ¿por qué hay una ruta verdadera? Porque Kabura, en última instancia, quiere decirnos algo, pero también busca que atravesemos otras formas de lidiar con el dolor.

Discutiblemente hay mejores maneras de afrontar el trauma, o como pronto que pudiesen ser más sanas. Pero eso no significa que los demás Towas, que enfocaron su vida de otro modo (quizá más tóxico, quizá más apático, quizá violento de cara a sus seres queridos, o quizá desinteresado totalmente de su bienestar) no pudiesen haber sucedido, o que no haya personas sufriéndolas de tal modo ahora mismo, en este dolido planeta.

Y puede que por ello su escritora, quizá oponiéndose a las tónicas decadentes de su mentor, nos muestra el peor escenario posible. Y al mismo tiempo, el único donde uno, al final del recorrido y mirando hacia atrás, puede finalmente reconocer que logró ser feliz.

Un Towa nuevo, el peor Towa, que no se deja cortar por los demás, sino que decide agredirse a sí mismo para conectar con el trauma. La amnesia, esa ambivalencia que te hace querer saber de ti, pero al mismo tiempo temerle a tu propio reflejo, marcan una vida que ha sido erradicada de la memoria.

La misma persona que es capaz de causarte el mayor de los daños posibles se transforma en quien por vez primera puede descubrirte que el placer sano existe. Alguien que te suscita curiosidad, pero esta vez no de manera morbosa. Alguien a quien amar de forma honesta, no para querer pintarle un cuadro.

La tragedia de la cicatriz es que revela que siempre hay algo más que lo que está a la vista. Lo que en cualquier otro escenario hubiese sido el terreno para invocar a ‘euphoria’, aquí desvelan el interés real de una historia: conocer la verdad.

El arte, los cuadros, jamás han sido “por el arte”, ni por el placer, ni por matar el tiempo. Para Towa fueron, durante muchos años y en muchas realidades distintas, la consumación de un estilo de persuasión. La verdad de un ser humano resguardada para siempre en paredes de pintura.

Y la última verdad del trauma es que este no es racional. Una opera alrededor suyo incluso sin proponérselo. Puede romperte, puede convertirte en alguien capaz de hacer daño. Y en el peor de los casos, al buscar aceptarlo, uno acaba agarrándose, con esas uñas que carcomen la piel y desgarran la carne, a los últimos resquicios de autonomía personal que todavía nos quedaba.

El trauma condiciona. Nos disminuye. Nos convierte en personas incapaces de vivir de un modo distinto al ya aprendido para soportarlo. E incluso si algún día se le logra dar un cierre, las pesadillas no desaparecen. Las sensaciones violentas trasgrediendo tu cuerpo ahí estarán. Inevitablemente, uno sigue sintiéndose como una carga.

La culpa del superviviente es real. Tras un evento traumático, uno se cree peor que previo a este. Es allí cuando el título finalmente cobra sentido. No se trata de lo tardado del momento en que te infliges dolor, ni del cómo las sensaciones recorren tu cuerpo. El daño es lento, porque avanza por dentro, allí donde no está a la vista, siendo a su vez íntimo y abyecto. Y se queda para siempre.

Cuando un abusador falla, sufre. Solo un humano es capaz de generar tal de nivel de dolor, y el arrepentimiento y la culpa son consecuencias esperables. Pero quienes realmente cargarán con la tragedia por el resto de sus vidas son las víctimas.

Slow Damage es una historia sobre muchas cosas. Sobre el acto de cortarse, el placer auto-concebido en el dolor, y la excitación sexual que puede nacer de allí. También sobre el dejarse agredir, sentir ese etéreo concepto bajo el nombre de masculinidad latir debajo de tu piel, y experimentar ese sufrimiento que, contra todo pronóstico, te hace sentir más vivo. Es sobre abuso, sobre secuestros, violaciones forzadas, y sobre esos momentos tan bajos que desearíamos nadie debiese atravesar. Es también sobre el amor, y las bifurcaciones que lo vuelven tóxico: enamorarte de un amigo, de un padre, de un hermano, y de tu abusador. Son realidades que suceden, demostraciones de que en el mundo, para bien o para mal, hay de todo.

Pero de lo que trata realmente, es sobre supervivientes de abuso sexual infantil aprendiendo a reconectar con la vida. Porque el mundo nos ha fallado, y sobre todo le ha fallado a los niños. Es normal sentir que no hay nada allá afuera que pueda compensar el infierno travestido como sociedad.

Slow Damage es un gesto de fe, una pequeña carta invitando a quienes, seguramente, sean las personas que más han sufrido en este planeta, para decirles que son válidas y pueden salir adelante. No necesitamos más retratos de víctimas de abuso pintando sus vidas como si fuese una tragedia que nadie debería vivir. Tus experiencias son válidas. Déjate querer. Permítete sobrevivir. Nunca deja de doler, pero eventualmente ya no es solo silencio.

Yo no estoy entre esas personas, y aun así, siento que había una historia allí, esperándome, aunque fuese para alguien más. Escrita para mí, aunque jamás se hubiese pensado en un caso como el mío. Con la capacidad de hablarme a un nivel tan íntimo, como si Kabura me conociese más que nadie. Y aquí seguirá, sin saber jamás que existo, pero no puedo sino, con la garganta apretada y la experiencia de haber aguantado el sexo, los fluidos y la sangre no consentidos, darle las gracias.

Merezco ser amade. Tú también, mereces ser amada. Jamás lo olvides: allá afuera, hay gente que te ama.

Etrian Odyssey IV es un juego por el que tengo un cariño especial. Si bien, "racionalmente", siempre lo he mirado con cierta distancia al momento de pensarlo como de mis favoritos, la experiencia con el mismo tiene un carácter zen para mí, me reconecta con momentos muy duros de la vida en 2015, donde me retraía en un parque y me quedaba todo el día jugando y rejugando esta entrega.

Lo inmediato es que EOIV, a falta de todavía revisitar una vez más el aclamado tercer juego, da muchos pasos equívocos que desvirtúan varios de los aspectos más interesantes del planteamiento clásico de la odisea, buscando remoderlarse para apelar a una suerte de "nueva era" que se corresponda con su llegada a la 3DS, y por lo mismo, a las tres dimensiones como tal.

De una, EOIV es un juego precioso, melódicamente sublime y sabe construir sus espacios con un cariño y un tacto que creo ningún otro en la saga consigue rivalizar. El problema está al momento de plantearnos un por qué, y es donde el juego trastabilla y desarticula progresivamente su forma.

Legends of the Titan recupera varias de las innovaciones que hicieron al combate tan interesante en su tercera entrega, especialmente en lo que se refiera a versatilizar la customización de las clases y crear estrategias absurdísimas. Lejos quedaron las ataduras de los dos primeros juegos, enfrascados en supeditar el combate a la simple supervivencia, un "cómo nos las arreglamos" durante la expedición, para adquirir personalidad propia y expresarse en prácticamente cualquier forma que se la desee. Murallas humanas, combos, administración de recursos, cooldowns, activaciones multihit, multiplicadores por estados alterados, lo que se quiera. EOIV tiene un combate extremadamente adictivo que explota las virtudes de los enfrentamientos por turnos como muy pocos. El problema es de ingenio.

EOIII es un juego único donde los artistas desecharon todo lo que habían construido en las entregas previas para arrojarnos a un mundo nuevo, plagado de clases propias que, por lo mismo, tenían libertad absoluta para crear escenarios de combate que no serían posibles con estructuras más generales. La cuarta entrega, por contraparte, prefiere conformarse con recuperar parte de esa esencia clásica, y el resultado es que aunque el combate sea muchísimo mejor, la variedad de herramientas y la creatividad misma de los equipos se desploma.

Definitivamente estas son las mejores versiones de dichas clases, pero aún así, seguimos hablando el mismo lenguaje del JRPG convencional. El resultado es un universo jugable rico, pero que necesita sentirse cómodo en lo ya probado. Y lastimosamente, esta filosofía se traslada al resto de apartados, con resultados menos afortunados.

Quizá es por el exceso de técnicas modernas que hacen la navegación más ligera, pero rejugar EOIV es doloroso porque su velocidad es eterna. Las animaciones se repiten una y otra vez, y el no poder correr lo vuelve en el único EO actual sin una versión, ya sea remake o port, que subsane un mínimo de agilidad para afrontar el laberinto a un ritmo menos quejumbroso. Esto lo vuelve especialmente pesado cuando recaes en que, efectivamente, se trata del juego más corto de la saga, con los laberintos más sencillos y pequeños, pero que de algún modo acaba sintiéndose como si durase lo mismo, sino es que más, que otros títulos que tienen mucho más para ofrecer.

Todos estos problemas orbitan alrededor de su mayor intento de renovación: el vuelo. Tener un pequeño mapa del mundo dividido en zonas para acceder a los Stratums, con desvíos hacia calabozos menores, suena como una idea interesante, que toma el ortopédico sistema de navegación de Drowned City para expandirlo. El problema es que es una ecuación que resta, no que suma, puesto que en pos de no sobrecargar alrededor de dicho mapamundi el resto de escenarios se comprimen.

Para un juego tan aventajada estéticamente es triste ver un acabado tan lineal y plástico. Inclusive sus eventos aleatorios se han visto estandarizados, permitiendo mucho menos la creación de pequeños relatos y la variedad de situaciones en múltiples partidas.

EOIV es un juego que cree que yendo a más, en escala, realmente se crece, cuando en realidad es el juego que más ha acabado achatándose.

Como siempre, toca revisar cada Stratum a ver qué puede ofrecernos.

I - Lush Woodlands
El Stratum introductorio es importantísimo en Etrian Odyssey, no solo porque fungen como tutorial, sino porque establecen las expectativas sobre, bueno, el todo que conformará al juego. Colores, tonos, ritmos (jugables y musicales), y enseñanzas en forma de injusticias para que aprendas a nunca fiarte de nada.

Lush Woodlands es extremadamente funcional como primer Stratum, pero al mismo tiempo se percibe como tan formulaico que pierde identidad. Si no fuese porque Storm es un tema fantástico que ha trascendido incluso su propia saga, la rutina de movernos por estos prados sería todavía más dura.

Aún así, dentro de todo, EOIV se las arregla para mostrar su mejor cara. Si bien es derivativo y recicla las mismas tónicas de los dos primeros juegos, logra transmitir esa sensación de estar en "la nueva era", revestir lo clásico para aventurarnos en una configuración actual. El escenario tiene cierto carisma, y las expectativas todavía afloran.

II - Misty Ravine
Lastimosamente, como tan a menudo suele pasar con estos juegos, es en el segundo Stratum donde el juego se atraganta, y dependerá demasiado de las herramientas generales del mismo, así como del buen sabor de boca que pueda dejarnos lo que siga más adelante, para saber cuán sencillo de sortear resultará, sobre todo en partidas repetidas.

Misty Ravine, para mí, es un Stratum que no funciona. Si bien quiere recuperar algunas ideas interesantes de los bosques de porcelana del juego anterior, intenta mimetizarlos en un momento tan temprano de la aventura que realmente no tiene espacio para explorarlos como se debe. Es un gimmick complejo, pero que debe forzarse como simplón para no desorientar tan tempranamente al jugador.

Por lo mismo, su propia cualidad como arbolada onírica en la que viven espíritus de ensueño se ve tristemente tropezada por un desarrollo bruto, con poca chispa, y mejoras a modo de upgrades binarios que hacen todavía más inconsistente el progreso dentro del mapa del mundo.

Es aquí también donde el sistema de clases comienza a mostrar sus fisuras, volviendo más complicado asignar puntos a lo que realmente queramos por las trabas adicionales que mete al sistema de leveleo.

Es muy mal indicio cuando un EO se desordena tan temprano, y lastimosamente creo que Legends of the Titan sufre muchísimo de esto. El interés inicial también lo he visto disipado porque el propio contexto se vuelve binario, el laberinto se ha visto fragmentado en zonas separadas y, por lo mismo, cada espacio está en control de una tribu. Idea a priori interesante, pero lo que hace es quitarle incidencia al Meikyuu del título en japonés, y estandarizarlo como JRPG de visitar zonas y poblados. Unos que, además, están apenas trabajados por las cortitas ambiciones narrativas del juego.

III - Undersea Grotto
A veces es necesario dar un paso atrás y respirar, y creo que Undersea Grotto entiende a la perfección las dificultades que ha venido arrastrando el juego, y decide tomar decisiones más que interesantes.

Con un tema ominoso y desolador, con pequeños tambores acompañando la frialdad del terreno, se marca un primer punto de absoluta genialidad: ahora que los Stratum son zonas aisladas, hacer que existan dos entradas posibles.

Lo que en principio parece una tontería se revela como una decisión super llamativa, contextualizando mucho mejor a los expertos del Bushido que habitan esta zona como hombres-animales viviendo a merced de una amenaza interna que no pueden controlar. Han sido desplazados espacialmente de su propio entorno, y los tentáculos de esta bestia, candente y aterradora como ella sola, crean un contraste desalentador con el exterior, cubierto en su totalidad por nieve. A base de puras estalactitas tocará abrirse paso y recuperar lo que ha sido ocupado.

Los terceros Stratum, por lo general, siguen manejándose por gimmicks sencillos, y la gruta comprende tan bien esta lógica que decide simplemente retrabajar con los espacios congelados, al igual que en la segunda entrega, pero creando momentos de inversión donde se tiene que jugar con el frío y el calor.

Lo que queda es una expedición divertida, que toma lo mejor de la cuarta entrega (incluso por este tramo es que se libera el segundo set de habilidades, así como las sub-clases), y sabe exprimirlo casi en su totalidad.

Sus únicos lastres son generales de la experiencia completa, como ser un entorno tan breve y troceado en laberintos menores.

IV - Echoing Library
Si hay algo que puede salvar fuertemente a Legends of the Titan es sin duda la biblioteca antigua. De una al entrar eres recibido con un contraste sonoro intenso: pequeños ecos que atestiguan a este espacio como uno donde se conserva la verdad oculta sobre este mundo, pero también retenido por la épica bélica que los imperiales están administrando sobre la zona.

Si en algún momento del juego su estructura por mapamundis, sub-mazmorras y Stratum funciona es sin duda aquí, pues es donde narrativamente saca más partido de los pequeños giros, como hacer a Logre un personaje recurrente que, por una vez, pone en tensión a la propia compañía que desarrollas con los NPCs en tu aventura.

Y esto es una lástima, porque EOIV debe ser fácilmente el juego con peores personajes no jugables hasta la fecha, pero aún así logra destacar en ciertos momentos, construyen un relato más unificado durante dos Stratum consecutivos que, a todas luces, hacen que el nombre adquiera sentido: redescubrir una leyenda perdida, varias facciones en juego viendo quién es el primero en detener o invocar a los titanes que alguna vez fueron los reyes absolutos de Tharsis.

Plagado de automátas que recuerdan a un tiempo pasado, ya fallecido, y flores de cerezo que no atraen sino repliegan de poder avanzar hacia el norte. Lo caduco está patente en la sabiduría de los libros, una suerte de inmanencia que solo le pertenece a los muertos. Su construcción como Stratum es interesante y desafiante, muy encerrada a sí misma además, pues los bloqueos artificiales puestos para obligarte a estar aquí, y solamente aquí, lo vuelven en el momento más clásico dentro de un juego que tan a menudo no parece saber si quiere vivir en el pasado o apostar por lo nuevo.


V - Forgotten Capital
El peor Stratum 5 de la saga. Me duele decirlo, pero EOIV hace tantas cosas mal que es doloroso.

Es incluso ridículo hablar de lo importante que son para mí los Stratums 5, pero haré el intento. Etrian Odyssey sigue una estructura gradualista muy interesante, con un primer laberinto que sirve como introducción temática al juego, enseñándote a sobrevivir, que se ve contrapuesto con un segundo menos loco, que aunque suele perder por su estoicidad y reiteratividad, mantiene la filosofía de seguir poniéndote a prueba, siendo lo mismo pero con un girito más, de llevarte sobre los niveles 20 para que estés listo antes de romper con los estándares.

El tercer Stratum es ese punto de quiebre - el contexto da un giro, se desvelan nuevas capas que hacen de este universo mucho menos predecible de lo que esperarías, y con ello se perfila una reinvención a futuro que suele encanar el cuarto Stratum, llevándonos al punto onírico de la odisea, donde lo decadente o lo muy vívido atestiguan que hay una amenaza a la vuelta de la esquina, un escenario donde todo hará simbiosis y el quinto Stratum saldrá a coronarse como lo último por afrontar.

La capital olvidada nos da la bienvenida con un tema impresionante, con una profundidad melódica renovada en Koshiro, quien ahora se permite trabajar con instrumentos reales y, por lo mismo, aprovechándose de la sonoridad del viento y los cascabeles para mostrarnos un entorno plenamente abandonado, el instante congelado en el que los antiguos alguna vez reinaron en gloria, pero que hoy no es más que rocosidad sostenida por los deseos de plantas carnívoras.

Y lo peor son sus decisiones jugables, siendo el único Stratum de la saga en la que solo tenemos un mísero piso, con apenas desafíos interesantes, pero que a cambio intentan hacernos reconectar con la experiencia completa, volviendo a atravesar zonas previamente no accesibles de los cuatro anteriores. Para mí, es una decisión forzada que intenta unificar al juego de forma pobre, no entendiendo las virtudes del laberinto visto como unidad, como torre, como un ascenso o descenso que observa en las ruinas toda la historia de la humanidad.

Para Etrian Odyssey IV estos saltos son arbitrarios y a destiempo, el universo no se presenta como cohesivo sino como herramientas para desbloquear una puerta final que nos lleve a un último enfrentamiento con un personaje conocido. Solo que, a diferencias de las entregas anteriores, es alguien salido más o menos de la nada y con muy poco interés, pues los imperiales se revelan desde el vamos como una fuerza corrupta que no está en la sintonía natural del mundo como para permitirse despertar a los titanes.

Además, el combate final de la aventura ni siquiera se lleva a cabo en el propio Stratum, obligándonos a subirnos a nuestro globo aerostático para una última mini expedición prácticamente sin viaje, que perfectamente podrían haberse saltado.

Y esto es una lástima, porque dentro de todo creo que EOIV sabe cómo cerrar su relato y plasmar un combate final interesante. Pero a todas luces, las deficiencias de su diseño salen a relucir mucho más fuertemente aquí que en cualquier otra entrega, y eso para un quinto Stratum es, personalmente, imperdonable.

VI - Hall of Darkness
Hablar de un sexto Stratum casi siempre es interesante, porque su condición de post-game les permite tomarse libertades que ningún otro tiene. Puede ser literalmente sobre lo que sea, solo siguiendo tres normativas hasta donde yo entiendo, y sobre las que me volvería a interesar posicionarme.

Por un lado, su banda sonora es espectacular, apartándose de la sensación monótona y extremadamente aburrida de pesadez del primer juego, pero no logrando el conflicto emocional-onírico que con tanta elegancia nos presentaba Etrian Odyssey II en su bosque prohibido. La oscuridad aquí manda, y la banda sonora opta por ese minimalismo ocre, donde los sonidos no se prestan para narrar musicalmente una pieza, sino para que sintamos pánico. Que sea difícil distinguir qué está en la canción y qué está retorciéndose por debajo nuestro, ¿o será detrás? Quizá a la vuelta de la esquina. Pocos entornos han logado tomarse tan a pecho la idea del "laberinto" entendido como espacio agónico y terrorífico, y eso Hall of Darkness lo logra con muchísima elegancia.

Su mayor contrapeso está, lastimosamente, en que narrativamente no sabe muy bien qué es lo que quiere contar, porque mucho más que en cualquier otra entrega el quinto Stratum es tan resolutivo y cierra prácticamente todo lo que podía decirse de su mundo, que recurrir a la escenografía del terror, y sugerir, como si de un antiguo laboratorio abandonado se tratase, de un experimento que salió mal y que pareciera anteceder a la propia vida se me queda corto. La capacidad de un sexto laberinto para replantearnos la unidad completa de la aventura aquí se ha visto desplazada por, otra vez, el propio formato que esta entrega decidió utilizar. No hay cohesión posible cuando ha quedado todo relegado a un castillo propio, separado y oculto.

Algo similar ocurre con su papel como torre de desafíos. El sexto Stratum debe retarnos y ser la parte más insufrible del juego, llevar las tácticas de supervivencia al límite y obligarnos a replantear cómo abordamos la expedición. La odisea toma lugar en su capacidad de no poder concretarse, pero Hall of Darkness está tan seccionado y repartido en pequeñas salas de desafíos que incluso así no logra destacar.

Es desafiante, pero el que menos y por bastante diferencia. Que siga siendo de tres pisos no ayuda, y el cómo está construido, y que finalmente su último combate se remita a un binario de si lograste resolver o no las secuencias crípticas de aquel loco que alguna vez estuvo allí y usó este espacio como lugar de pruebas, en fin, no renta. La brevedad lo hace más amable de llevar que en juegos anteriores o futuros, pero quizá justamente eso es lo contrario a lo que debería transmitir.


Etrian Odyssey IV: Legends of the Titan se ha llevado muchas impresiones negativas por mi parte, pero creo que sigue siendo un juego interesante, con muchas virtudes, haciendo especialmente mención a lo notable de su combate y estrategias. El problema es que como experiencia Etrian Odyssey palidece, y no es de extrañar que la quinta entrega haya sido una continuación mucho más directa de todas las virtudes que tanto caracterizan a la saga, dejando a la cuarta odisea como un experimento que, simple y llanamente, no terminó de cuajar.

A pesar de que Etrian Odyssey es mi saga favorita, tengo una relación bastante distante con el fandom, al grado de que no fue hasta hace pocos días que descubrí que, en efecto, este es considerado como la oveja negra de la trilogía original.

Muchos de los cambios frente a su antecesor resultan extraños y algunos claramente son lastres que debieron ser enmendados, pues perjudican el correcto fluir de la odisea, estampándonos de lleno con spikes de dificultad a los que es difícil sortear debido a las bajas opciones para subir de nivel, especialmente en un juego que tiene, probablemente, el peor set de misiones secundarias de toda la saga, con muchas obligándote a reordenar por completo a tu equipo, e incluso a veces viéndote en la obligación de crear y levear hasta el hartazgo unidades nuevas. Realmente no es una experiencia cómoda, pues contrasta con una, en su mayoría, mejor selección de actividades para realizar, que profundizan mucho mejor su mundo y cada sección de laberinto. Ese choque, entre secundarias mucho mejor pensadas y otras que son claramente un error de diseño, hacen de la aventura quizá la más pesada de la franquicia.

A ello se suman torpezas con la manera en que se optaron por plantear los atajos, con pilares de luz que sirven como teleports intermedios, esto para un juego que es, en varios niveles, todavía más desafiante y complejo que su antecesor, que terminan volviéndolo en una entrega un tanto atropellada en varias de las cosas que el primero pareció dominar desde su base.

Por suerte esto no acaba aquí, y por contaparte se han mejorado tantas cosas que lo hacen una experiencia decenas de veces más gustosa que su predecesor. Depende de a quién le preguntes lo que importa en EO varía muchísimo, pero en mi caso el core está, esencialmente, en la fusión de dos aspectos: que cada expedición sea riesgosa, pero con una clara sensación de progreso y que el laberinto se nos vuelve progresivamente más familiar, y un sistema de combate a la altura, tanto desafiante como entretenido, que premie varios estilos de juego, motivando la experimentación y haciendo que cada encuentro aleatorio (y aún más cada expedición decisiva para afrontar un jefe) deba equilibrar el riesgo recompensa, el miedo a que cualquier pelea "de más", no contemplada, pueda terminar en muerte.

Ante una primera entrega muy rica y entretenida en lo primero (pero a la que claramente le faltaba profundizar su contexto para hacer del mundo y los espacios que recorres más interesantes y poéticos), y un combate extremadamente lineal, en la que la estrategias defensivas eran obligatorias, mermando por completo cualquier composición variada, interesante o riesgosa debido a la inviabilidad de dichas estrategias, este segundo juego es la solución perfecta a prácticamente todo.

Retornan las clases del juego anterior, pero reformuladas para tener gradientes de complejidad más interesantes. Las nuevas incorporaciones son una maravilla, más originales e intensas, con mucho potencial para habilitar opciones que con personajes del primer juego quedaban solamente en entredicho. El cambio del cómo funcionan las estadísticas y la pérdida de esta filosofía de aguante o morir, por una que premia las tácticas violentas, de jugártela en una estrategia que igual en 3 turnos te resuelve por completo el combate, pero que como llegues a fallar supondrá tu muerte, agilizan bastante el proceso de explorar y batallar, y además suman a la sensación continua de riesgo, de que en cualquier momento algo puede salir mal. El laberinto debe ser un espacio para progresivamente aprender, volver nuestro segundo lenguaje de signos, saber interpretar sus trucos y engaños.

Y es que si bien la exploración no ha recibido cambios substanciales, sintiéndose demasiado como una mera expansión de los recorridos del primero, la presencia de un contexto social y político más intrincado, en un universo más hostil y donde ya desde el inicio la lógica del bautismo de fuego permeará los continuos desajustes que tendremos que sortear, sumado a una presencia mucho más bruta de los F.O.E, allí siempre presentes y todavía mejor organizados que antes para hacernos la supervivencia algo de verdadero terror. Este juego tiene momentos donde se vuelve extremadamente estresante, pero eso, lejos de ser un impedimento, siento que acentúa mucho más la idea misma que se quiere comunicar con la franquicia.

Al igual que con la review que escribí de la primera entrega, procedo a hablar de cada uno de los seis Stratum de este juego, dando mi opinión con el fin de intentar discernir mejor mi visión final de esta secuela.

I - Ancient Forest (1-5)
Si hay un área en la que penalizar a este juego respecto a su antecesor, es que su inicio es considerablemente peor. Si bien el bosque llama a la misma simpleza que Emerald Groove, siento que en general todo resuena con menor intensidad aquí.

La reutilización de motivos, tanto musicales como visuales, le desprenden de una identidad particular, y la carencia de ningún gimmick propio que haga la exploración llevadera terminan por estancarlo en esterilidad, como si se tratase de un mero trámite, el tutorial menos oculto de la franquicia.

Si bien es gustoso, es también sorprendentemente sencillo, no logrando habituarte bien a la lógica que siguen estos juegos, y en general lastrando la primera impresión que uno pueda llevarse en referente a la trinidad de exploración-combate-peligros que hacen de los recorridos iniciales tan trepidantes. Con una party todavía vulnerable, con apenas habilidades, sin recursos y donde en cada expedición te juegas necesitar volver con más de lo invertido, Ancient Forest falla como punto de partida y se corona para mí como quizá el peor Stratum introductorio de la franquicia.

II - Auburn Thicket (6-10)
En contraposición al segundo Stratum del juego anterior, Auburn Thicket creo que toma varios pasos en la buena dirección, sin por ello llegar a convertirse en un lugar particularmente memorable. No es sorpresa que suelen ser los recorridos menos interesantes de sus juegos respectivos, ubicándose en esa liminalidad tensa de apenas ser más exigentes que la primera zona, pero no poder permitirse usar varias de las ideas interesantes que comienzan a colmar estos juegos del mid-game en adelante.

El resultado casi siempre es un Stratum simplista, con pequeñas molestias que, ahora con un equipo algo más establecido y por los niveles 20, resulta hasta más sencillo de sortear, acomodándose a tu modo de juego y ofreciendo pocos incentivos para seguir asentándote en lo que la experiencia Etrian Odyssey puede llegar a suponer.

En ese respecto, creo que Auburn Thicket es una odisea simplemente correcta, que peca de aburrida y no termina de teñir efectivamente qué clase de experiencia quiere ser esta segunda entrega de momento. Esto es de especial mención siendo que apenas y recorres una porción de la misma en su primera visita, pues no será hasta el cuarto laberinto que se abrirán las áreas más interesantes, lo cual lo devalúa todavía más como expedición propia. El lado bueno, eso sí, es que musicalmente es emotivo y los colores otoñales hacen que destaque lo suficiente estéticamente como para paliar un poco el resultado.

III - Frozen Grounds (11-15)
Si bien EOII quizá cuente con el peor inicio de la saga, lo sopesa completamente con un salto de calidad abismal que poco a poco lo transforma en un título demoledor. Frozen Grounds es el testimonio vívido de que algo acaba de cambiar, con los páramos congelándose de golpe, con música pesada y hostil sentenciando que se acabaron los paseos en broma, y que el juego comienza ahora.

Siendo un escenario novedoso para la saga en este punto, la nieve se corona como un espacio para explorar mecánicas con desuso de la entrega pasada. La noche cobra relevancia como momento en que las aguas se congelan, y los enemigos adoptan patrones nuevos dependiendo de sus horas de sueño. El entorno se vuelve real, y la supervivencia adquiere nuevas capas.

Es aquí donde la trama adquiere una coherencia mayor, con la hostilidad de un poblado arrojando a sus viajeros a la muerte si es necesario. Si no somos capaces de demostrar que trascendemos el que nos valoren como meras estadísticas, no habrá prado fértil esperando al otro lado.

Conflictos que en la primera entrega ni se asomaban sino hasta el mero final acá se vuelven en condicionantes de una experiencia más áspera, donde los personajes se juegan la vida con mucha mayor intensidad, y donde los laberintos genuinamente vuelven locas a sus víctimas.

Las tierras congeladas son una genialidad de calabozo que puede mirarse del tú a tú con los mejores momentos del primer juego, lo cual es especialmente esperanzador considerando que todavía estamos en un momento de construcción del relato.

IV - Petal Bridge (16-20)
Todo comenzó en un bosque a plena luz del sol, eventualmente tiñiéndose en amarillos otoñales, para recibir de golpe la fría mirada del invierno. Pero finalmente toca levantarse, subir más allá de la propia tierra. Petal Bridge nos da la bienvenida con un entorno completamente rosa, blandiendo unos árboles de sakura que respiran a la primavera más pura, la de la muerte. El contraste entre la bella hostilidad, un recorrido que ahora evoca el vértigo, y uno de los temás más hermosos que jamás ha compuesto Yuzo Koshiro, rememorando a las mejores piezas de Joe Hisaishi, hacen del puente de pétalos una experiencia inolvidable desde el primer minuto.

Ya habiendo resuelto en el Stratum anterior varias de las herramientas narrativas que definieron a la primera entrega, la secuela se permite experimentar con personajes nuevos, moviéndose por entornos de fantasía y profundizando en la complejidad de este mundo, donde el fin de los tiempos está al acecho, pero más que perturbar solo se revelan como el momento más puro del planeta tierra.

Petal Bridge es un salto al vacío, uno impresionante por parte del juego, elevando todavía más su capacidad de hacerse memorable, volviéndose, enseguida, en el mejor Stratum de la saga hasta este punto, al menos para mi gusto. Este destello de genialidad no solo colman lo increíble que es la segunda mitad de Etrian Odyssey II, sino lo muy por encima que está de todo lo que llegó a sugerir el original.

V - Heavenly Keep (21-25)
Tras la más sincera de las bellezas naturales, un paraíso metálico. Lo implacable de la entrada a Heavenly Keep jamás dejará de congelarme la sangre. Es sabido que estos juegos se guardan lo mejor para el final, con el quinto Stratum siendo ese punto en el que todo encaja, en que las ideas del juego se hacen patentes, y en donde Koshiro se propone cautivarte con un tema para el absoluto recuerdo.

Con un universo cibernético, la aparición de, como ya ocurría en el primer Etrian Odyssey, un testimonio perdido de una civilización que logró llegar más lejos que nosotros, contrasten con una hostilidad menos terrorífica que la de su predecesor, pero ciertamente igual de irreflexiva. Ya no son los fantasmas cristalinos de una sociedad perdida, sino aquello que quedó de una tecnologizada: sus automatas, custodiando el poco suelo en el que todavía pueden sostenerse.

Zonas como Heavenly Keep son el motivo por el que juego a esta saga, y por la que me interesan tanto los DPRG en primer lugar. La relación espacial a través de la primera persona, sobreviviendo en entornos oníricos que no creía imaginables, interactuando y roleando con eventos aleatorios que caracterizan a los aventureros que he decidido llevar conmigo son una experiencia que pocas cosas en la vida pueden siquiera acercarse a evocarme en dicha profundidad. Que, además, la banda sonora no haga más que cautivarme y vivir en sintonía con la pesadez del oro que recubre las paredes, debatiéndose entre lo místico y lo producido en masa, elevan todavía más su propuesta.

VI - Forbidden Wood (26-30)
Como ya comentaba en la reseña anterior, un buen sexto Stratum para mí debe contar con tres aristas: (1) una temática extraña, empapada en una banda sonora que trabaje con aspectos incómodos, que se salen de la lógica propia de la banda sonora hasta este punto, (2) una navegación aterradora, llevando al límite la dificultad misma de moverte por un territorio que hasta entonces parecía imposible, y (3) un contexto interesante que complete el círculo de ideas que maneja el juego en su totalidad, indagando en los misterios que anteceden, incluso, a los conflictos milenarios tan propios de Etrian Odyssey.

El sexto Stratum es post-game, no es obligatorio para comprender la historia, pero sí es el testimonio final de todo lo que el equipo productor tenía entre manos al momento de pensar la entrega. Por lo mismo, para mí, son tan importantes como el quinto, porque son la presencia final que ensambla todas las partes - es el máximo fruto que puede sacarse de dicho árbol de la vida.

Si bien Claret Hollow me parecía una enorme decepción, siendo un experimento decente pero que no cumplía bien en prácticamente ninguno de los tres frentes, creo que el bosque prohibido se las arregla para ser simplemente brillante en cada uno de ellos.

Viajando más atrás de la vida misma, a conectar con el mero punto de inicio de esta entrega: otro bosque, pero esta vez uno que antecede a nuestra propia idea de lo que existió al inicio del tiempo. Un trozo de tierra congelado en los cielos, un páramo en el que solo quedan los resquicios de deidades muertas. Un lugar del que ha brotado vida, sí, ¿pero qué clase de vida?

La banda sonora no hace sino elevar todavía más esta incertidumbre. Mientras que el Stratum final del primer juego tiraba por lo simple, por ser pesado y estruendoso para transmitir el miedo y la incomodidad de moverse por un terreno plagado de enormes fieras, acá Koshiro optó por una visión diametralmente opuesta - el silencio sepulcral del abandono, una musicalización pasiva y poética, profundamente introspectiva, que te acompaña en la congoja de estar por un terreno absolutamente desolador. Que a su vez el tema de combate sea quizá el más áspero, violento y rockero de toda la saga contribuye a desarrollar esta idea de eternos contrastes.

Y qué decir de la navegación - mientras que Claret Hollow se las arreglaba para ser efectivamente molesto y tedioso, haciéndote reconsiderar bien tus expediciones para disminuir todo lo posible una jugarreta mal intencionada que te pudiese hacer perder recursos a base de pura fuerza bruta, Forbidden Forest no es ni de cerca tan demandante en el combate, sino que opta por desesperarte a base de pura confusión.

Con pisos extremadamente incómodos de navegar, plagados de teletransporters que hacen casi imposible llevar un registro efectivo del lugar, con un recorrido irregular que prácticamente nunca nos deja sentirnos satisfechos con lo que hemos descubierto, y con trayectos infernales en las que quizá un combate individual no supongo mucho, pero el saber que igual deberemos aguantar diez seguidos en lo que llegamos a nuestro destino, con el único pronóstico de quizá descubrir algo más, bueno, hacen del lugar un verdadero infierno.


A Etrian Odyssey II le lastran varias decisiones de diseño torpes que hacen de la experiencia menos atrapante de lo que debería. El backtracking tampoco está bien manejado, siendo quizá el más tedioso de toda la franquicia, y si bien ha dado muchos pasos en la buena dirección, son más arreglos generales del primer juego para llevarlo a la consumación de su visión, que algo que funcione idealmente por cuenta propia, como sí siento juegos posteriores de la saga lograron solventar con mucha mejor mano, y con una dirección más clara, centrados en su propia individualidad y decisiones de diseño, más que en ser la continuación de un juego del que nadie esperaba nada, pero que acabó sorprendiendo.